¿Quién fue Sandra Cabrera?
Nació en la provincia de San Juan y migró a Rosario muy joven. En la crisis económica y social de principios de los 2000 se convirtió en una referenta de las prostitutas. Su principal lucha fue en contra las detenciones de la Policía y las normativas que permitían llevar a las putas callejeras detenidas. También peleó contra la explotación de chicas menores de edad en los boliches, cabarets y whiskerías.
Una noche sin fecha de fines de los noventa Sandra Cabrera escapa de una mujer casi 20 años mayor que ella. Están a una cuadra de la Terminal de Ómnibus de Rosario, en Argentina, en una de las zonas rojas de la ciudad. Sandra va a cumplir 30 y es rápida arriba de los tacos. Está acostumbrada a escapar, a correr, a esconderse de todas las divisiones de la Policía Santafesina. La mujer la llama y Sandra esta vez no corre. La ignora, se hace la mala, se va a otra esquina. La mujer insiste. Quiere charlar un rato, nada más. Sabe cómo entrarle, es una puta callejera como ella. Le dice que la busca para que no tenga que escapar nunca más, para que nunca más se la lleven presa, ni a ella ni a ninguna de las amigas. Sandra frena, la mira, se presentan.
La mujer se llama Elena Reynaga pero Sandra ya la conoce. La vio en los diarios, escuchó hablar de ella, sabe que reparte preservativos y folletos de prevención de VIH. Elena es la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar). Desde hace unos meses recorre el país con los preservativos, los folletos y una misión: que el sindicato de trabajadoras sexuales nacido en la ciudad de Buenos Aires sea federal y tenga filiales en todas las provincias. Cada vez que con el gremio llegan a una ciudad hacen lo mismo. Van a las zonas rojas y buscan a las prostitutas para charlar. El desafío es encontrar a una con pasta de dirigente. Y Elena sabe, todas se lo dijeron, que en Rosario esa pasta la tiene la sanjuanina, la morocha negro azulado de rulos incontrolables, la de los ojos oscuros inquietantes. Desde esa noche, y todas las noches y los días de los siguientes cuatro años, Sandra Cabrera será, además de trabajadora sexual, dirigente sindical.
Sandra nació en 1970 en San Juan, una de las provincias argentinas que forman la región de Cuyo. Migró a Rosario apenas comenzaba la década del noventa para juntar plata y pagarle una operación a uno de sus hijos. Al hablar se le notaba la tonada cuyana en las pausas y en la cadencia especial de las erres.
Cuando llegó a la provincia de Santa Fe ya era prostituta. Había empezado cuando se separó del padre de sus dos primeros hijos. Pero estaba en una ciudad nueva y encontrar una esquina fija era un desafío. Tenía que buscar un lugar sin tener problemas con otras trabajadoras sexuales. Después de probar en otras zonas, fue a la Terminal de Ómnibus. Eligióla esquina de San Lorenzo y la cortada Quintillana y cuando le contó a otra prostituta su historia la dejó quedarse. En esa esquina trabajaría hasta el día que fue asesinada. Ahí se haría amiga de los vecinos, la compartiría más de 10 años con su comadre Claudia, hablarían durante horas, saldrían de ahí a bailar, comería facturas calientes recién salidas de la panadería, escaparían de cada patrullero para no ser detenidas. Ahí conocería al sindicato de las putas, empezaría a militar y, seguramente, también ahí conocería a su asesino.
En Rosario tuvo a su tercera hija, Macarena. Y la cuarta que nació muerta, Myriam Alejandra, como Gilda. En la muñeca tenía un tatuaje con su nombre. Quienes la conocieron la recuerdan recorriendo las calles de Rosario en moto con Maca. Iban juntas al sindicato, que tenía una oficinita dentro de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA), a los medios a llevar gacetillas, a las marchas, a los viajes de formación sindical. También la recuerdan de noche repartiendo volantes y preservativos en las zonas rojas de la ciudad.
Una de las primeras veces que la cara de Sandra estuvo en los medios fue en diciembre de 2001, cuando dio una nota al diario El Ciudadano como representante de las trabajadoras sexuales de Rosario. En plena crisis, piquete y cacerola, pedía bolsones de alimentos para las prostitutas que no tenían para comer. Los consiguió para navidad.
Sandra siempre prefirió el trabajo sexual callejero al de los boliches, cabarets y whiskerías porque en la esquina la ganancia era toda para ella. Cuando se convirtió en secretaria general de Ammar una de las causas que más militó fue la denuncia de las condiciones de trabajo en esos lugares privados, la trata de chicas menores de edad y la complicidad que tenían con la policía santafesina.
La lucha más importante para ella fue contra la Policía, que diariamente detenía a las trabajadoras sexuales bajo el amparo de los códigos contravencionales que penalizaban la prostitución. Había tres figuras: prostitución escandalosa, merodeo y travestismo. Sandra presentó un proyecto en la Legislatura provincial para derogarlos. Además, denunciaba a la policía cada vez que coimeaba, golpeaba y detenía a las prostitutas de manera ilegal.
En 2003 empezaron las amenazas: a ella por la calle y por teléfono, al sindicato, contra Macarena. Le pusieron custodia policial que estuvo en la puerta de su casa hasta cuatro días antes de ser asesinada.
Tenía 33 años cuando la madrugada del 27 de enero de 2004 la mataron de un tiro en la nuca. La encontraron boca abajo en la entrada de una casa cerca de la Terminal de Ómnibus de Rosario. Unos días antes había acompañado a una trabajadora sexual a hacer una denuncia contra Moralidad Pública por cobrarle plata para dejarla trabajar. Hacía un año tenía una relación con un policía federal.
Además de ser una fanática de Gilda y de viajar todos los años al santuario, Sandra era rockera. Le gustaba los boliches donde pasaban rock nacional. El día que la mataron tenía pasajes para irse de vacaciones a Córdoba con una amiga y compañera de la zona de trabajo. Iban al Cosquín Rock y lo que más quería ver Sandra era a Los Piojos.